30 microrrelatos de terror - Parte 4
Aquí os dejo el resultado de la cuarta parte de un reto que me propuse en noviembre. Con un límite de 200 palabras, cada historia es una descarga breve pero intensa de escalofríos (o no tanto).
Tom Soren
5/8/20242 min read
16 - Día de asuntos propios
Abrí la puerta del baño, y ahí estaba mi jefe.
17 - Oda a los títulos que tienen más caracteres que el relato al que hacen referencia
A tientas, fui a encender la luz pero alguien ya estaba pulsando el interruptor.
18 - La tierra de las oportunidades
Para cuando Chris Pratt se dio cuenta de que todo había sido una broma de cámara oculta, ya había vaciado el cargador de su carabina M4 contra uno de los cómplices.
19 - Hay trenes que solo pasan una vez en la vida
Lucas cogió la llamada. La voz al otro lado del móvil era idéntica a la suya.
—Escucha, tienes que bajarte en la próxima parada. No te quedes en el vagón —dijo la voz entre jadeos.
—¿Quién eres?
—Soy tú. No hay tiempo. Solo bájate —insistió, justo antes de colgar.
Lucas se quedó mirando el móvil. Tenía las manos frías. «Una broma», pensó, intentando calmarse, aunque el sudor le empapaba la espalda. Las puertas del metro se abrieron en la siguiente parada. Dudó unos instantes y decidió quedarse en su asiento. Las puertas se cerraron y el metro avanzó. Las luces del vagón parpadearon. Sintió un frío punzante atravesarle el abdomen. Miró a su alrededor: el vagón seguía vacío, pero tenía la sensación de que alguien —o algo— lo observaba.
El metro se detuvo y las puertas se abrieron. Olía a tierra y azufre. La estación estaba invadida por una bruma densa de la que emergió un tentáculo. Lucas retrocedió, pero la extremidad lo envolvió en un abrazo. Entonces, mientras voces de otro plano le susurraban al oído, Lucas deseó haberse hecho caso a sí mismo.
20 - Seguidme la corriente
La esponja en su cabeza goteaba sobre su frente y le mojaba las cejas. Amanda dio otra calada. Inhaló hasta que le dolieron las costillas, retuvo el humo unos segundos y lo expulsó con violencia. La densa nube se dispersó por la habitación, al tiempo que la mujer levantaba la vista. La detective Riggs —que esbozaba una sonrisa— estaba sentada en primera fila, junto con Roger Murtaugh. El viejo miraba al suelo, avergonzado. «¿Ahora invocas tu fe? ¿Hacia dónde miras? Quieres soltar la culpa, ¿verdad? Tirarla al suelo, que se filtre entre las juntas y que acabe en el sótano», pensó Amanda. Suspiró, miró la colilla, que ya apenas era filtro, y la tiró contra el operador. El hombre hizo un aspaviento y maldijo. La mujer no pudo evitar soltar una carcajada. «No me veréis llorar, hijos de puta». El operador buscó a Martina Riggs con la mirada y esta asintió. Amanda clavó la vista en la manivela que uno de los guantes de goma del operador agarraba con firmeza. La manivela bajó, y tras varios minutos de agonía, la asesina en serie murió con una mueca imposible y grotesca.
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